Para poder ingerir correctamente los alimentos se deben tener en
condiciones adecuadas ciertas musculaturas y funciones. Estas se inician en la
boca y llegan hasta la boca del estómago. Con la edad y con ciertas patologías,
como afecciones del sistema nervioso, párkinson, accidentes cerebrovasculares,
neoplasias, enfermedad por reflujo gastroesofágica, enfermedades
reumatológicas, alcoholismo, etc. estas condiciones se pueden alterar. Se trata
de un trastorno que puede resultar muy molesto pues puede ir acompañado por
dolores y reflujos gástricos.
Aunque las causas pueden ser variadas, las consecuencias son las mismas, y pueden llevar a graves problemas de salud que empiezan por malnutrición, deshidratación, pérdida de peso, aspiración y, en los casos más graves, asfixia, neumonía e incluso muerte por atragantamiento. Sin embargo, detectar que la persona padece disfagia no es difícil y hacerlo de manera precoz mejora de manera notable la salud y la calidad de vida del paciente.
Entre los síntomas están que la persona se atragante o tosa con frecuencia al comer, que cambie la voz, babeo, carraspera, pérdida continuada de peso, tiempo prolongado de masticación, deglución fraccionada, molestias o dolor al tragar, sensación de atasco en la boca o la garganta, infecciones respiratorias frecuentes…
En cada caso, dependiendo de la gravedad y de la causa, se aplicarán las medidas terapéuticas que procedan. Estas irán desde rehabilitación logopédica y ejercicios de tono muscular a la adaptación de los alimentos a las características del paciente.