Esta noticia aparecida en el periódico La Razón parece más el guión de una película de terror de serie B que algo que pueda estar sucediendo en Madrid. ¿Puede ser cierto que unos jóvenes estén aterrorizando a los mayores que viven en una residencia y a los auxiliares que los cuidan?
Lo ponemos en el boletín como anécdota pero para quien lo está viviendo es lo suficientemente terrible como para que las autoridades tomen cartas en el asunto.
Una decena de menores internados en un centro de General Ricardos tiene atemorizados a los ancianos de tres residencias del mismo complejo. Robos en sus habitaciones, agresiones, pedradas, insultos... Tampoco se libran los empleados del recinto
No respetan ni a los mayores que se desplazan en silla de ruedas. Uno de ellos ya no se atreve a salir a pasear porque cada vez que lo hace regresa sin sus pertenencias. Otra anciana volvió a la residencia con la pierna ensangrentada por una pedrada.
En la entrada del complejo, junto a la garita de los guardias de seguridad,
el perro de los vigilantes reposa sobre la acera atado con una cuerda. No tendría
que estar ahí, pero no le queda más remedio desde que quemaron
su caseta. Los «habitantes» del complejo del número 177 de
General Ricardos –en el que se erigen, entre otros edificios, tres residencias
de la tercera edad, un centro de salud mental y un instituto de enseñanza
secundaria– apuntan a un grupo de menores extranjeros con los que tratan
de convivir. Son los mismos que, según aseguran las víctimas,
tienen atemorizados tanto al personal como a los ancianos, a los que les aterra
el simple hecho de salir a pasear cada día por los jardines y caminos
del recinto.
Pedradas, agresiones, atracos, intimidaciones, insultos... Eso es a lo que se
enfrentan mayores y no tan mayores desde el verano, sobre todo cuando empieza
a oscurecer. Uno de estos ancianos pide que cojamos el bastón: «¿Pesa,
eh? Pues éste fue el que me libró el otro día de que me
pegaran. Me dieron un empujón pero eché mano de la garrota y no
llegaron a mayores». Colgado del cinturón porta lo que parece ser
un machete: «Esto también los para, pero no es lo que parece».
Con parsimonia, y con manos temblorosas saca lo que esconde la funda. Se trata
de una especie de palo de paraguas manipulado. Lo desenrosca y, con una habilidad
pasmosa, se ata y desata con él los cordones de sus botas de montaña.
Lo necesita porque no puede agacharse, pero ha descubierto que también
sirve como arma defensiva intimidatoria.
Junto a él, apurando un cigarrillo a escondidas, uno de sus compañeros
recuerda que recientemente tuvo que acompañar a la residencia a una anciana
a la que acababan de darle «un cantazo». «No podemos ir nunca
sólos... ellos van en grupo y a veces se enganchan entre ellos. Hace
poco dos se querían matar, uno con un cristal y el otro con un cuchillo
largo... Algunas veces dan ganas de darles un estacazo y mandarles al otro barrio»,
afirma.
Un poco más abajo, y aferrada a su bastón aunque apure sentada
los últimos rayos del sol, una anciana recuerda lo que le ocurrió
esta misma semana: «Iba paseando y uno de ellos me pidió dinero
para un café, yo le dije que no llevaba nada y empezó a llamarme
guarra, vieja... Y qué le voy a decir, cómo no voy a ser vieja
si tengo 96 años... A mí por suerte sólo me han insultado,
pero a alguna compañera además de pegarlas les han enseñado
pistolas de esas de mentira».
Pero no son sólo los mayores los que padecen este tipo de prácticas,
como aseguran tres auxiliares de enfermería de una de las residencias.
Prefieren no revelar su identidad porque, como el resto del personal de las
instalaciones, están atemorizadas por culpa de estos menores: «La
gente está muy asustada, hemos recogido hasta firmas por la situación
que estamos viviendo, pero por ahora nada», asegura una de ellas. «Lo
peor de todo es que son conscientes de que son menores y que no les va a pasar
nada y te chulean». Los insultos a los trabajadores del recinto están
a la orden del día, e incluso, según ellas, las agresiones. «Aparte
de los guardias de seguridad la Policía está aquí cada
dos por tres pero no pueden hacer nada por lo mismo, porque son menores».
Otra de las auxiliares asegura que tienen que dejar aparcados los vehículos
lejos del edificio en el que trabajan: «Hubo una temporada que les dio
por pincharnos las ruedas». Pese a todo, lo que mas les duele es el trato
que reciben los mayores a los que cuidan: «Una de las ancianas salió
a dar un paseo después de cenar y volvió con la espinilla ensangrentada
porque la habían apedreado. Roban a los ancianos e incluso este verano
tenían que tener las persianas bajadas pese al calor porque se colaban
en sus habitaciones para quitarles sus cosas». Afirman que incluso se
suben a los árboles para apedrear los cristales y que, incluso, las cuidadoras
de estos menores les han pedido por favor que cuando ocurra algo que lo denuncien
porque «dicen que no pueden con esa presión y que la mayoría
tienen que acabar pidiendo la baja». Antes de despedirse sacan a colación
a uno de los residentes, que ya no sale al exterior con su silla de ruedas porque
cada vez que lo hace le roban todo lo que lleve.
Por su parte, una portavoz de la Consejería de Familia y Asuntos Sociales
aseguró ayer que tienen constancia del incremento de quejas –pero
no denuncias– en las instalaciones y que ya hay previsto un plan para duplicar
la seguridad en el interior. De hecho, desde hace quince días se han
incrementado las patrullas nocturnas y han disminuido los problemas. Asegura
que «no se va a tolerar que se metan con los ancianos», pero recuerda
que se trata de un recinto abierto en el que no es difícil que se puedan
colar otros jóvenes para realizar estos actos.