Las emociones de Lourdes. Un relato sobre la vida en una residencia

La vida en una residencia de tercera edad es algo tan complejo y que se percibe de forma tan diferente según las circunstancias de cada uno, que sin duda puede convertirse en una fuente inagotable de historias y relatos.

En Inforesidencias.com hemos tenido el honor de poder contar con la confianza de Mariana Verónica Gaianu, autora del libro “Sentimientos y Arrugas” e el que recoge sus reflexiones tras años trabajando de gerocultora en residencia de tercera edad.  Ella nos permite ir reproduciendo fragmentos de un libro que recomendamos.

Hoy os invitamos a leer este relato sobre la vida en una residencia de ancianos:

Las emociones de Lourdes

Escena de vida en la residencia de mayores

La relación entre residentes y familiares a menudo oculta elementos que desconocemos

Cuando la mujer entró en la residencia y se dirigió al ascensor, sentía las piernas tan débiles y delgadas como un espantapájaros. Se dirigió a la habitación de su madre, que se llamaba Lourdes. Se sentía como si tuviera el corazón en la garganta. Parecía como si se preguntara: ¿por qué tenía que pasar tanto miedo cada vez que quiero visitarla? Me acerqué a ella porque la encontré nerviosa, con el objetivo de prestarle mi ayuda,por si la necesitaba.

—Hace un buen día para dar un paseo. ¿Te animas, mamá? Quiero que sepas que lo pasé fatal cuando tuve que dejarte —dijo la hija, sentada en un sillón, frente a la cama donde estaba recostada su madre—. Recuerdas lo mucho que me costó, ¿verdad? Pero veo que estás bien atendida y tienes una evolución favorable. Has mejorado mucho, mamá. ¿Ya no me culpas por ello? —le preguntó con voz trémula.

Lourdes dio un profundo suspiro. Se esforzó por dominar una decepción casi imperceptible.

—Hace bastante desde tu última visita —dijo—. Me hiciste creer que vendrías más a menudo…

—He estado en el extranjero—le explicó.

Durante unos instantes, ambas estuvieron en silencio. Yo me hallaba cerca, algo incómoda, porque Lourdes me había llamado y dicho en voz baja que se sentía más cómoda si yo estaba accesible durante la visita de su hija.

—Si te soy sincera, me encuentro bien. Este cambio en mi vida lo asumo con cierta resignación…

—Mamá, me siento fatal por no poder estar a tu lado cuando me necesitas.

La hija miraba a su madre con la expresión angustiada. La breve conversación entre ambas se fue apagando como la débil llama de una vela ante una ligera brisa. Cuando se fue la hija, Lourdes se puso a llorar de manera silenciosa. Tal vez, por primera vez en su vida, el silencio que la envolvía la hizo sentirse terriblemente sola.

Al día siguiente, Lourdes me confesó lo que sentía:

—Creo que mi hija no llegará a ser feliz… No sé cómo explicarlo…

—Buenos días, ¿ha dormido bien?

—Magníficamente, gracias.

—¿Sin somníferos?

—Sí, sin ellos —dijo la anciana.

Coloqué la bandeja del desayuno sobre las rodillas de Lourdes.

—Me alegro…

—Me encuentro magníficamente —repitió sonriente, dando el último sorbo de café

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