El acceso de las personas mayores

El acceso de las personas mayores a todo tipo lugares, una tarea pendiente de todos

Cuando se habla de accesibilidad es común pensar que nos referimos a los impedimentos físicos, por ejemplo, un autobús sin rampa que impide el acceso a una persona con movilidad reducida y además, caemos en ello cuando alguien significado se ve afectado y sale en los medio, como se ha visto reflejado últimamente cuando el conocido cantante y actor Langui ha bloqueado con su silla una línea de autobús por no disponer estos de rampa. Eso es parte, importante, pero pequeña de lo que se considera un entorno accesible, o como en numerosas ocasiones oímos «amable» con las personas mayores o con las personas con discapacidad. El problema reside quizá en que nos planteamos la accesibilidad como algo que atañe a las personas con ciertas dificultades para moverse, no como un problema que en mayor o menor medida nos afecta a todos. Así, solo nos percatamos de que un bordillo es inalcanzable cuando nos rompemos una pierna, o que necesitamos una rampa cuando vamos con un carrito de bebé, o que no entendemos un cartel porque nos hemos olvidado las gafas, y cuando esa situación pasajera ya no está, vuelve a ser un tema que no existe.

La accesibilidad y los ancianos

La accesibilidad y las personas mayores

Mucha gente piensa que las plazas reservadas para minusválidos son un capricho o una tontería, y las ocupan sin ningún escrúpulo de conciencia, tampoco se plantean que una persona con dificultades cognitivas no tiene la misma capacidad de espera en una consulta médica, o solo creen que es necesaria la barandilla cuando sus hijos pasar por ahí. Estamos ante un problema de empatía, no solo de concienciación de las administraciones y de la ciudadanía. Desde la presión de una ciudadanía concienciada se puede mejorar la calidad de vida de muchas personas mayores y, de rebote de todos, con soluciones simples y en muchos casos muy poco costosas, pero para eso, debemos pensar que mejorar la accesibilidad de unos, mejora la accesibilidad de todos. Accesibilidad no es solo colocar rampas.

Es sangrante ver una web de un ayuntamiento donde publicita sus acciones en pro de la accesibilidad y luego por las calles se ven rampas en exceso inclinadas o sin barandillas que las hacen impracticables para usuarios de sillas de ruedas. O en la misma web se utilizan formatos que hacen difícil su uso y búsquedas o, prácticamente no hay webs oficiales ni de empresas que utilicen un lenguaje accesible o que dispongan de apartados en lectura fácil, donde personas con dificultades de comprensión lectora puedan obtener la información que precisan.

Para que realmente nuestro entorno sea accesible a todos, hay que sentir empatía, ponernos en el lugar del otro y pensar qué cosas necesita para poder acceder a los mismos lugares y servicios que yo. En accesibilidad física, es lo más evidente: ascensores, rampas adecuadas, rebaje de bordillos… Pero, a excepción de los sonidos de algunos semáforos, nos olvidamos de discapacidades que son recurrentes en las personas mayores y que también afectan a un otros sectores de la población. Entre estas personas estarían las que tienen problemas de visión, de audición y cognitivos. En las residencias de mayores la accesibilidad es fundamental, en los domicilios, cuando se presenta una discapacidad, se hacen los ajustes necesarios. Debemos trasladar ese pensamiento y necesidad al resto de espacios comunitarios. Por ejemplo, auriculares en el cine para personas invidentes, subtítulos para personas con problemas de audición, guías explicativas en lectura fácil en las exposiciones, carteles e indicativos con pictogramas que ayuden a situarse en un espacio. Si pensamos que esto es solo para personas mayores o personas con discapacidad, comentemos un error.

Cuando se ofrecen estas soluciones, sorprende ver la cantidad de gente que sin teóricamente precisarlas, las utilizan, por la sencilla razón de que a ellas también les facilitan la vida. La principal barrera para evitar las barreras es la falta de empatía, de ponerse en el lugar del otro, en el convencimiento de que nunca se va a estar en su situación. Resulta sorprendente oír como con toda naturalidad se dicen y aceptan como buenas afirmaciones como «cuando me rompí la pierna me di cuenta de las dificultades», «cuando me operaron de cataratas eché de menos carteles con letras que se entendieran» y que eso se diga y oiga y parezca normal. ¿Es necesario tener un percance para darse cuenta de las necesidades de los otros? ¿No deberíamos ser solidarios porque es nuestra obligación como ciudadanos y no porque nos caemos de un guindo o nos ocurre una circunstancia? La visión social y ética de los demás debe ser previa y formar parte de nuestra manera de estar del mundo. Mientras no se entienda que las soluciones de accesibilidad son necesarias porque la sociedad es diversa y tiene distintas necesidades y solo se caiga en eso y nos convirtamos a la causa cuando a nosotros nos pase, no se avanzará.

Traspasar la barrera de la indiferencia o del no me atañe es fácil y puede llegar a percibirse como normales situaciones claramente discriminatorias, como que si no entran las personas mayores en un sitio porque no hay acceso o guías, o el guarda de la entrada no considera que tienen el suficiente glamour, es normal, no es para ellas. Son límites excluyentes y peligrosos que llevan a vetar enestablecimientos a personas con discapacidad, con movilidad reducida o con cualquier otro tipo de dificultad, es decir, a discriminación por motivo de que, si vemos que se produce, estamos en la obligación de denunciar.
Sin ser héroes, en nuestro día a día podemos hacer muchas cosas para diluir barreras mentales que dificultan la vida de algunas personas mayores: el trato amable y respetuoso, ofrecer ayuda o asiento, escuchar lo que tienen que decir, respetar sus opciones y decisiones, son sólo algunos ejemplos.

Página de interés: http://www.cermi.es/es-ES/Paginas/Portada.aspx

Una respuesta hasta ahora

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