Los animales en la residencia

Todos conocemos alguna residencia donde se puede tener animales o se hace terapia con ellos. Pero en esta ocasión contamos una historia que siendo sólo un ejemplo, muestra perfectamente el bien que hacen los animales con las personas mayores, Vamos allá!

Una de las cosas que más echaba de menos en la coqueta residencia del centro de la pequeña ciudad de provincias era el contacto con los animales. Si al menos estuviera en el campo, podría oír los pájaros o ver pasar a algún gato, pero…

Félix había ejercido como veterinario durante cuarenta años en un pequeño pueblo de la sierra. Además de velar por la salud de todos los animales domésticos del contorno, sobre todo vacas, ovejas y caballos, a falta de otra familia, siempre había estado acompañado por una pequeña corte de gatos, perros y hasta en una ocasión de un burro que, al verse sin dueño, empezaban saciando su hambre en los comederos que ponía el bondadoso veterinario en la puerta de su casa y acababan quedándose a vivir con él. Primero rondaban tímidos la puerta, pero, enseguida más atrevidos, entraban primero en la consulta y acababan durmiendo junto a la chimenea. Para el burro tuvo que acondicionar el garaje que por unos años se convirtió en cuadra mientras que el coche quedaba relegado a la calle.

Cuando los años se le hicieron pesados y se dio cuenta de que apañárselas solo era una tarea trabajosa y una preocupación para sus sobrinos. Decidió vender su casa, colocar con unos vecinos los dos perros que en ese momento vivían con él y marcharse a la residencia en la ciudad que le habrían buscado los hijos de su hermana. Era un lugar tranquilo, acogedor, cerca de los chicos con los que tenía una relación estupenda y con quienes iba a comer al menos tres días a la semana.

El precio de la tranquilidad y atención había sido dejar de convivir con quienes habían sido sus compañeros peludos. A menudo pensaba que era excesivo y recordaba los nombres de cada animal que había pasado por su vida, sus peculiaridades, sentía nostalgia por quienes había sido fieles y amistosos y se reía con aquellos que resultaron ariscos, egoístas o le habían dejado la cicatriz de un mordisco como recuerdo.

La nostalgia le invadía por momentos. No era feliz. Las comodidades, atenciones y actividades con sus compañeros de la residencia no llenaban el enorme hueco de una vida dedicada al bienestar de los animales y a darles su afecto.

Un día, mientras leía en uno de los salones, un ladrido le sobresaltó. Levantó la vista y se encontró con la mirada de María, esa auxiliar tan simpática, que se estaba acercando a él con una gran sonrisa.

—Don Félix, tengo una sorpresa para usted. Ha venido alguien que seguro que le va encantar.

Félix y María se acercaron a la entrada, Se oía un alboroto de pisadas, voces, ladridos y, sobre todo, exclamaciones y risas.

—Juan —dijo María dirigiéndose a uno de los dos chicos que acompañaban a una preciosa pastor belga de color negro—, este es Félix, el veterinario del que te hablé. Félix —se dirigió a él—, Juan y Miguel pertenecen a la asociación Perros en la residencia. Como ves, van con perros muy especiales a pasar buenos ratos con personas mayores. Funciona como una terapia. Pensé que te agradaría conocer a estos chicos y, por supuesto, a Jaqui.

El instinto de la perra hizo que se acercara a Félix que, con mano experta y cariñosa la acarició. Antiguas y placenteras sensaciones subieron desde su mano y le reconfortaron. Sintió un bienestar que hacía mucho tiempo que estaba olvidado.

terapia con animales en residencia

terapia con animales en una residencia

Pero lo mejor estaba por llegar. Los recursos de la asociación siempre eran escasos, las necesidades de los animales que hacían la terapia aumentaban en la medida en que eran más solicitados. Un veterinario voluntario no les vendría mal.

La vida de Félix cambió. Desde ese día, ya hace un año, todos los martes por la mañana se acerca a la asociación en autobús. En el recinto donde conviven tres perros y dos gatos y se turnan los terapeutas-cuidadores revisa la alimentación de los animales, les pone vacunas, cura pequeños o grandes males y se siente útil por primera ven en mucho tiempo. La algarabía de los perros y el roce insinuante de los gatos le devuelven el vigor y las ganas de años atrás. Pero son gratos momentos de conversación con los chicos que se turnan lo mejor. Le hablan de lo que hacen, de sus vidas, le tienen en cuenta y le muestran lo valiosa que es su ayuda. El café tras la consulta semanal con sus nuevos amigos y la charla a veces de todo y a menudo de nada le devuelven al mundo.

De vez en cuando, también acompaña a Juan y Miguel, sobre todo cuando van con Jaqui, a las sesiones que hacen en las residencias. Es entonces, cuando ve las expresiones de los ancianos que al acariciar a la perra sonríen por primera vez en meses, o cuando alguien que llevaba años sin decir nada pronuncia el nombre del perro que tenía de niño, es en esos momentos cuando siente que todos sus años de profesión le han llevado al mejor de los sitios posibles, un sitio inesperado, el sitio donde quiere estar.

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