Mi vida antes del alzheimer
- Publicado por Josep de Martí
- Posted on enero 22, 2019
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Esta vez os traemos un cuento, que aunque es inventado, podría ser real. En él se explica como la Sra. Aurelia, condicionada siempre por sufrir alzheimer, da rienda suelta a su memoria.
—No estoy tonta ni borracha. No he bebido. Lo que pasa es que esta cabeza ya no… —Y terminaba con un gesto en la mano que revoloteaba cerca de la sien y una mirada de desencanto.
Aurelia sabía que tenia alzheimer, y decía estas frases a todos con los que se paraba un ratito a charlar en la sala común de la residencia para la tercera edad en la que vivía desde hacía cinco años. También cuando alguna visita de algún compañero la saludaba y todas las veces que ella misma recibía la visita de su hija o sus nietos.
Era su frase desde que empezó a notar que algo no iba bien en su cabeza. Cuando los olvidos pasaron de cosas sin importancia como no saber dónde están las llaves o las gafas, a no recordar que tenía que comer, que lavarse o acostarse, las frases eran su tabla de salvación ante lo avergonzada que se sentía por lo que pudieran pensar ella.
Su hija decidió que lo mejor para su seguridad y cuidado era que ingresara en una coqueta residencia no muy lejos de su casa. Ella no podía oponerse. Tampoco sabía cuál era la mejor solución. El mundo se había vuelto desconcertante y no tenía armas para enfrentarse a él. Solo tenía sus frases, con las que intentaba que con la disculpa todo fuera menos hostil.
Se forzaba a la alegría y a la actividad, hablaba con todos, se apuntaba a todas las actividades. Todo lo hacía para olvidar lo único que no podía olvidar: que su historia y manera de ser se estaban borrando en su cabeza. Creía que el alzheimer la tenía dominada.
El día que empezó el nuevo taller se sentó en la mesa de trabajo con tres compañeras y dos compañeros. Miró al terapeuta nuevo y le dijo sus frases. Él sonrió. En la mesa había bolígrafos, cuadernos, varias tabletas y una grabadora.
Aurelia se había apuntado porque se apuntaba a todo y porque Ana, la simpática psicóloga de la residencia le había dicho que le iba a gustar. No sabía qué hacer ni de qué iba. Luis, el monitor, empezó a hablar.
—Hoy empezamos un taller muy especial. Durante varias semanas, los martes y los jueves nos reuniremos para contarnos cosas. Las grabaremos y escribiremos y luego haremos con ellas un libro con la historias que contéis. Formará parte de la biblioteca y también lo tendrán vuestras familias.
—Sí —interrumpió Aurelia—, pero yo… la cabeza, es que no estoy tonta ni borracha, es que a veces…
—Lo sé. —La cálida voz de Luis reconfortó a Aurelia—. Seguro que lo que puedes decirnos es interesante, te escucharemos.
—¿Y si no me acuerdo? —La voz de Aurelia sonó angustiada
.—Tenemos truquitos. —El hombre sonrió con picardía y le guiñó el ojo.
Se sentó en la mesa. Cogió una tableta, la activó y preguntó a Aurelia el nombre de su pueblo. Ella no se acordaba, pero Luis tenía una ficha con sus datos y tras varias pistas logró que se activara el nombre en la cabeza de Aurelia y con ello su entusiasmo. Empezaron a salir imágenes en la tableta: calles modernas, tareas antiguas… hasta la casa donde había vivido Aurelia de joven, antes de que se casara y emigrara a la ciudad.En anzuelo estaba echado. Aurelia tiró del hijo y empezó a hablar.Luis encendió la grabadora.
Las dos horas del taller pasaron volando. Cada uno dispuso de media hora para contar lo que les apeteciera. Hubo quien contó recuerdos de su juventud, quien despotricó de la vida, sus hijos y la sociedad en general y quien se situó en un plano más de sensaciones. El último rato lo dedicaron a poner en orden lo que se había dicho, apuntar lo relevante y ordenar las ideas y a preparar juntos la sesión siguiente. Entre todos decidieron que cada día tratarían algún tema: los hijos, la vida de antes, la vida en la residencia, los gustos y aficiones, música que escuchaban etc. Salieron preocupaciones e inquietudes. Aurelia participaba discreta, insegura, pero nadie la miró nunca con extrañeza al oírla hablar y sus opiniones fueron recogidas con las de los demás en el cuaderno y la grabadora.
Fueron seis semanas emocionantes para Aurelia y sus compañeros. Todos se fueron soltando y perdiendo el temor de ser ellos mismos. Gracias a todo lo que encontraban en internet sobre sus ciudades, pueblos o noticias que les habían impactado en su momento o con fotografías que ellos mismos empezaron a aportar se soltaban a hablar con naturalidad y entusiasmo. Apoyada siempre por las palabras y mirada de Luis, Aurelia se sentía con confianza y relajada. Era una sensación que había perdido hacía tanto tiempo que ni siquiera sabía que la había perdido.
Dos meses después de acabado el taller, Aurelia y sus compañeros protagonizaron una fiesta. El libro con las seis historias de vida del taller era una realidad. Se organizó una presentación en el salón principal, se invitó a familiares y amigos, a todos los residentes y trabajadores, los protagonistas firmaron ejemplares y luego todos tomaron un café con bizcocho especial que prepararon en el taller de cocina.
Luis presentó el libro. Con las grabaciones y los cuadernos había armado la historia de cada protagonista. Transcribió de cada uno anécdotas relevantes, visión de la vida, anhelos y deseos cumplidos o no. No era una sucesión de episodios más o menos graciosos, era un retrato a través de sus palabras.Dijo unas palabras de cada uno, les dio las gracias.
Con su libro en la mano, Aurelia se acercó a su hija, que la miraba emocionada. Se lo dio y le dijo:
—Ves, no estoy tonta ni borracha. Sales en el libro, sale tu padre, sale lo que pienso de lo que me pasa y de las cosas que veo. La cabeza a veces… pero… Sigo estando, pensando y sintiendo y este libro es para cuando parezca que no estoy, ni piense ni sienta. Espero que te guste, hija.
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