Los reyes magos visitan una residencia
- Publicado por Josep de Martí
- Posted on enero 3, 2020
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Todos los años, Manuel colaboraba con una ONG la víspera del día de Reyes. Siempre iban a la unidad de oncología del hospital infantil con unos grandes paquetes, vestidos de Reyes Magos, acompañados de sus correspondientes pajes, y repartían sonrisas, abrazos y conversaciones de ilusión con los pequeños y sus padres.
Manuel era siempre Gaspar. Por su aspecto juvenil y su físico esbelto, siempre le tocaba po-nerse la peluca y la barba pelirroja. Eso significaba que era el rey de descarte, pues los preferidos, con mucho, eran Melchor y Baltasar. Se conformaba con la cara de decepción del niño al que no le quedaba más remedio que quedarse con él y, por eso, aunque al final permanecía la alegría del regalo y la emoción de estar con un rey mago, todos los días 5 de enero por la mañana volvía a su casa con una sensación agridulce, pero con la esperanza de ser al año siguiente el favorito de algún chavalillo especial, alguien al que le gustara un rey de mediana edad con el pelo rojo y no prefiriera los reyes que son sabios ancianos adorables o atractivos jóvenes exóticos venidos de tierras cálidas.
Este año iba a ser diferente. La ONG les había dicho a los voluntarios que ampliaban su radio de acción, que irían a más sitios, por lo que se-rían más gente y debían repartirse. Manuel se ilusionó. Si se ampliaba el número de voluntarios y se ha-cían más vistas, igual este año podría ser Melchor en algunos de los centros para menores, pues seguro que esa era la novedad.
Se quedó muy sorprendido cuando llegó al local y encontró preparado su traje de Gaspar junto con una bolsa de un supermercado llena de regalos en paquetes pequeños, eso era raro. Su paje de todos los años, Javier, ya le esperaba vestido para el reparto.
—Nos ha tocado la residencia de ancianos de la carretera de Badajoz—dijo con voz neutra. No quería que se le notara la decepción.
A Manuel se le cayó el alma a los pies. Viejos. ¿De verdadera necesario? Se trata a fin de cuentas de gente que está ahí aparcada ,¿qué ilusión les va a hacer que un tío disfrazado les lleve una tontería de regalo que no han pedido? Además, los niños creen en la ilusión de los Reyes Magos, piden cosas…,sí, están enfermos, pero tienen la esperanza de la recuperación y una larga vida…Pero ¡viejos! A quién se le ocurre.
Se metieron en el coche, pues encima la residencia estaba algo lejos, y arrancó el motor. Los años anteriores, al ir andando hasta el hospital, por lo menos tenía la gloria de pasearse por la calle vestido de rey, con su paje empujando un carro de la compra lleno de regalos. Era una sensación extraordinaria andar lento y majestuosamente, inclinar la cabeza cuando alguien le señalaba y dar la mano y saludar con afecto a los niños que se acercaban fascinados. Como no tenía la competencia de los otros reyes, era su momento de gloria, ahora, ni eso.
Sin decir una palabra hicieron los escasos cinco kilómetros que los separaba de la residencia. Se trataba de un edificio grande, con un jardín delantero y grandes zonas acristaladas en la primera planta. Bajaron y sacaron del maletero la modesta bolsa con los pequeños paquetes.
En la recepción los estaba esperando la directora de la residencia. Cinco ancianos estaban sentados en los butacones pegados a las paredes, uno cruzaba con un andador y otros dos miraban por la cristalera al exterior. Algunos se volvieron con curiosidad a mirarles, otros siguieron indiferentes. A Manuel y Javier se les cayó el alma a los pies.
—¡Gracias por venir!—dijo alegre la directora—. Os estábamos esperando con mucha ilusión. Algunas de las residentes han colaborado para preparar un pequeño aperitivo. No todos los días se recibe a un rey de verdad.—Guiñó un ojo con complicidad a Manuel, que sonrió desconcertado.
Entraron en un salón espacioso lleno de luz. Habían colocado unas mesas con manteles con motivos navideños y encima se veían platos con dulces caseros. También había vasos y botellas de refrescos de las de un litro.
Unas veinte personas estaban esperando su llegada. Con enormes sonrisas, tiraron del rey y de su paje hacia las mesas. Tres chispeantes mujeres bajitas, regordetas y canosas empezaron a describir los dulces, sus recetas y lo ricos y sanos que eran. Dos hombres, más tímidos, pero también con enormes sonrisas, sirvieron refresco en unos vasos y se los ofrecieron.
Manuel y Javier estaban abrumados. Les daban las gracias, les cogían de las manos con emoción, les contaban lo que recibían de regalo en su niñez e incluso les confesaban lo mucho que echaban de menos a sus hijos y nietos en ese día.
La fiesta se animó. Manuel y Javier sentían un entusiasmo diferente a otras veces pero intenso y profundo. Tras repartir los regalos: colonias, pañuelos y calcetines, una de las cuidadoras puso música de bailes antiguos de verbena y una pareja se animó a bailar.
Una mujer se acercó a Manuel, que estaba sentado tomándose un respiro de tanto agasajo. Le tendió la mano para invitarlo a bailar. Manuel vio un anciano, hermoso y sonriente rostro. Las arrugas de más de setenta años eran la prueba de una vida larga llena de experiencias. El pelo blanco formaba una graciosa aureola de rizos.
—Me llamo Adela. El rey Gaspar siempre ha sido mi favorito. De niña estaba enamorada en secreto de él. Cuando me enteré de que los reyes eran mis padres, lloré durante semanas, pero no por la desilusión, sino porque el hombre tan guapo que todos los años me dejaba una naranja y un pañuelo bordado en las zapatillas, no existía. Si no tiene inconveniente, cumpliría el sueño de esa niña si me concediera este baile. Manuel se tragó el nudo de emoción que le atravesaba la garganta. Se levantó lento, majestuoso, hizo una reverencia a su dama, la cogió de la mano y la condujo al centro del salón.
—Es un honor bailar con usted. Es la pareja de baile que siempre he esperado.
La mujer dibujó una hermosa sonrisa. La dama y el rey empezaron a girar al ritmo de un bolero. Manuel deseó volver todas las vísperas de la Noche de Reyes a la residencia, ser Gaspar y bailar con alguien que le mirara como Adela
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