Los escribas del faraón. Un cuento veraniego

Un joven faraón acaba de ser coronado y llega con ideas nuevas

Tras encadenar tres años de sequía y una epidemia, una parte importante de la población pasa hambre y sobrevive gracias a las reservas de trigo de palacio que van siendo repartidas, siguiendo los criterios del anterior faraón, mediante un procedimiento que gestionan los escribas de palacio. Aún así cada día mueren súbditos a quienes no llega el alimento.

El joven monarca reúne a sus consejeros y les pregunta:

¿Cuánto trigo tenemos exactamente?

La respuesta del escriba mayor no tarda: Difícil es de saber con exactitud, majestad.

¿Cuántos escribas trabajan en el reparto de trigo?

Los estrictamente necesarios. Con menos no podríamos garantizar que quien dice necesitar trigo, realmente sea un necesitado: Hay que recibir y repasar las solicitudes, hacer las valoraciones, aplicar el baremo de necesidad, comprobar la cantidad que se entrega y vigilar que los receptores no comercien con lo que han recibido. Todo ello requiere escribas de diferentes categorías, locales adecuados y material imprescindible. Si no tuviésemos la maquinaria administrativa bien engrasada se producirían abusos y desigualdades. Podríamos llegar a que un súbdito de una zona del reino recibiese una cantidad de trigo diferente de la que recibiría en las mismas circunstancias en otra.

¿Y no es cierto que, a pesar de tantos escribas, según la zona del reino, la necesidad se valora de forma dispar, los súbditos reciben diferente cantidad de trigo y que incluso algunos mueren de hambre mientras se tramita su petición?

Majestad. No hay sistema perfecto. El reino es extenso y los gobernadores actúan con cierto grado de autonomía. Sí, pueden producirse imperfecciones, pero no son la norma. Tenemos, además, comisiones de escribas que recogen, estudian y analizan los datos. Tenemos planes piloto y comités de escribas expertos, pero el sistema es tan complejo que cualquier cambio debe ser estudiado detenidamente para que no produzca peores defectos que aquéllos que quiere solventar. ¡Las realidades son tan diversas! Permítame su majestad un humilde consejo: Fíjese en que gracias al sistema muchos que morirían de hambre pueden comer. Vea el lado bueno y salga a ver a sus súbditos, que con seguridad le aclamarán. Déjenos a nosotros administrar bajo su atenta mirada y, sobre todo, intente que el pueblo vea la bondad del sistema y no los detalles negativos sobre los que ahora nos pregunta y que son desconocidos por la mayor parte de sus felices súbditos.

No esquivéis mis preguntas. Sé que se reparte trigo y que algunos necesitados lo comen, pero ¿Lo estamos haciendo lo mejor posible? ¿Llegamos al máximo número de necesitados? Decime ¿Cuánto trigo comen los que trabajan para que el reparto se produzca de una forma inevitablemente imperfecta?

¡Majestad!. ¡Vuestro augusto padre jamás preguntó cosas tales! Comen la cantidad que necesitan. Ni un grano más. Humildemente opino..

¡Basta! Mi augusto padre ya no gobierna el reino. Quiero saber exactamente qué cuesta la maquinaria y cuánto se reparte. Quiero que, a partir de ahora la fuerza que os mueva a actuar sea priorizar al máximo la cantidad que llega al necesitado. Esa fuerza impulsará los sistemas de valoración, evaluación y reparto. Todo se hará de una forma que permita dar más trigo a los necesitados que a los escribas. Para ello tenemos que plantearnos nuevas preguntas:  ¿Necesitamos tener almacenes de reparto con escribas de palacio o podemos repartir más trigo si contratamos a comerciantes para que lo hagan ellos? ¿Y si en vez de repartir trigo lo moliésemos y repartiésemos harina o incluso pan? ¿No podríamos llegar a más necesitados?

¡Sí! Majestad ¡Sí! Ya lo vemos. Mañana mismo crearemos una comisión que estudie el “proyecto harina”, otra el “proyecto pan” y una comisión de enlace entre ambas que evite propuestas contradictorias. Crearemos un cuerpo de escribas para producir unos requisitos de acreditación de comerciantes. Estos tendrán que presentar una solicitud que será evaluada, primero con criterios transitorios y después con otros definitivos. Tendremos que pedirles que nos informen puntualmente de sus actividades, para lo que harán falta más escribas.

¡No! ¡Basta! Pido simplicidad y me ofrecéis laberintos burocráticos. ¿Acaso no es de sentido común lo que os estoy pidiendo?

Majestad, los escribas llevamos generaciones haciendo que la dinastía siga, faraón tras faraón. Se requieren años de gestión de los bienes públicos para descubrir que la simplicidad es la antesala del caos y que sólo los procedimientos prolijos garantizan la estabilidad. Sois joven y queréis dejar vuestra huella. Lo sabemos y os ayudaremos a hacerlo, decidnos tan solo un «qué» y dejadnos a nosotros el «cómo».

El joven faraón está cansado. Come algo y se tiende a echar una siesta. Sus últimos pensamientos antes de caer dormido son: «quizás debería deshacerme de estos escribas».

Tres mil seiscientos años después, durante la autopsia a la momia del joven faraón se descubren trazas de veneno en su cabello. Sin duda fue asesinado al poco de ascender al trono. Los historiadores especulan. ¿Sería su hermano pequeño que acabó heredando el trono? No es posible, cumplió cuatro el día de su coronación por lo que sus primeros años de reinado fueron lo que se conoce como un «gobierno de los escribas», difícilmente un niño tan pequeño conspirase para matar a su hermano. En fin, hay incógnitas históricas que nunca llegan a desvelarse.

 

Nota del autor:

Este cuento lo escribí en 2011 en un momento de cambio de gobierno en el que parecía que llegaban gobernantes que querían cambiar cosas.  Creo que puede tener actualidad.

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