La búsqueda del bienestar en la tercera edad

El paso de los años conlleva de manera inevitable un deterioro físico. Pero, a no ser que se trate de enfermedades invalidantes concretas, como las que llevan asociado deterioro cognitivo, no estar en plenitud física o mental no tiene porqué ser sinónimo de infelicidad.

Poner en valor la experiencia, las habilidades y conocimientos adquiridos con el paso de los años y tener perspectivas, sueños y ganas de hacer cosas, pueden suplir en buena medida la pérdida de vigor o los achaques. Es decir, se puede ser feliz, aunque se cumplan muchos años.

Una de las claves es adaptarse con naturalidad a la nueva realidad personal, a los cambios que se producen y hacer de ellos oportunidades. No se podrán hacer las mismas cosas que cuando se tienen 20 años, pero la perspectiva del tiempo hace que las personas nos demos cuenta de facetas de la vida que cuando se es joven pasan desapercibidas.

Hay una llamada «paradoja de la edad», que señala que las personas son más felices y tienen menos estrés cuantos más años cumplen. La explicación es que la perspectiva de los años hace que se vea de otra manera el futuro y se disfrute del presente.

Estamos observando al gran número de personas mayores que se lanzan a la calle a manifestarse por sus pensiones, por la violencia de género, por causas de todo tipo y, en su mayoría, manifiestan en deseo de que sus reivindicaciones sean útiles no para ellos, sino para las generaciones futuras. Ese deseo, esa sensación de que se pueden hacer cosas con cualquier edad es la que llena las aulas de la tercera edad en las universidades y la que agota las plazas en los viajes para mayores. Se une la sensación de deber cumplido y de que es el momento propio. Tener las obligaciones resueltas (crianza de los hijos, hipotecas…) libera de responsabilidades y da la oportunidad de realizar deseos como aprender un nuevo oficio, cantar en un coro, hacer teatro aficionado, viajar, pasar tiempo con los amigos, etc., actividades que contribuyen de manera definitiva a la felicidad.

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Para poder llevar una vida buena es necesario que las actividades y deseos se acomoden con las capacidades. Es decir, los cambios implicarán ciertas renuncias que deberán ser aceptadas y si no se pueden solventar, deberá cambiarse de objetivo. Una rotura de cadera, posiblemente, limite las opciones de hacer escalada o largas marchas, pero es una oportunidad para aprender a pintar, apuntarse a un club de lectura o, aprovechando la rehabilitación, ir a nadar varias veces a la semana.

Disfrutar de la vida no quiere decir que la juventud, la salud y el vigor sean eternos. Disfrutar de la vida tiene que ver con las adaptaciones que nosotros mismos basándonos en nuestras capacidades y opciones en cada momento vital.

En la tercera edad puede abundar la empatía y hacer labores sociales importantes; el amor, que puede abrir nuevas posibilidades de relaciones; la amistad, que es fuente de salud mental… Se pueden abrir oportunidades gracias a la disposición de más tiempo propio.

Pero no todas las personas tienen las mismas herramientas para enfrentarse a los años. Muchas deben seguir con obligaciones de cuidado hasta edades avanzadas por razones familiares, un número muy importante no dispone de capacidad económica que les permita una vida desahogada y, muchas, generaciones enteras, han vivido una educación y unos años que les ha creado una manera de ver la vida más pesimista, menos lúdica o más ligada a penurias y obligaciones que a deseos y ganas de realización personal.

Según lo dicho, eres variables condicionan de manera determinante: la experiencia, la edad y la generación a la que se pertenece. La edad influye en la capacidad física y mental. La experiencia es particular de cada uno y la educación recibida, su trabajo, lugar de residencia…, es decir experiencias vitales de todo tipo afectarán a la conducta, reacciones ante las novedades, fomento o abandono de las relaciones personales o a las perspectivas de hacer cosas nuevas. En cuanto a la generación, es una marca que se comparte con los coetáneos y que puede ser pesada: generación de la posguerra, los niños de la emigración, etc. que para algunas personas es una carga pesada.

Lo que es una realidad que se impone es que con el envejecimiento de las sociedades y el aumento de la esperanza de vida, la sociedad está cambiado y debe adaptarse a las expectativas de un número creciente de personas mayores que reclama todo tipo de servicios, que los reclama con fuerza, y a las que no les vale cualquier cosa. Y eso es muy bueno. Se trata de un cambio demográfico y sociológico para el que debemos estar preparados.

La emancipación de los jóvenes se retrasa, los hijos llegan más tarde, nos jubilaremos con más edad y tendremos por delante muchos años. Cada vez más, las personas mayores disponen de oportunidades para una vida plena. Los cuidados de la salud hacen que la calidad de vida de una persona mayor sea mucho mejor que hace treinta años, los servicios sociosanitarios proporcionan coberturas que, si bien insuficientes, son fundamentales y deberán ampliarse. También se puede llevar una buena vida en una residencia para la tercera edad o en una solución de vivienda compartida.

Pero para que las personas mayores sean felices, lo fundamental es su deseo de serlo, su capacidad para adaptarse a los cambios y el fomento de una red social que acompañe y apoye.

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