La depresión en la tercera edad
- Publicado por Josep de Martí
- Posted on julio 20, 2018
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La vejez es una etapa compleja de la vida en la que las personas sufren cambios y transformaciones que afectan no solo a la salud física, sino también a la mental.
Aunque se dé muchas veces la imagen, que es cierta, de que al llegar la jubilación se abren múltiples posibilidades gracias a la estabilidad económica, a disfrutar de mayor tiempo de ocio, a asumir menos responsabilidades, y a hacer aquello que quedó postergado mientras se criaba a los hijos y se pagaba la hipoteca, también es cierta la otra faceta en la que se siente el término de la etapa laboral como una pérdida y aparecen sentimientos de no saber qué hacer, de irrelevancia social… o se manifiestan o agudizan problemas de salud.
No debe confundirse trastorno depresivo con un estado pasajero de tristeza. La depresión no es una condición de la cual uno puede liberarse a voluntad o que con el tiempo se mitiga al asumir las circunstancias. Sin tratamiento, los síntomas de la depresión pueden durar semanas, meses e incluso años. En anteriores ocasiones hemos abordado en Inforesidencias el tema de la depresión en la tercera edad, como en otras ocasiones, pero el tema merece que nos detengamos algo más en él.
No todas las personas reaccionan igual ante las mismas circunstancias, pero saber qué situaciones se producen en el proceso de envejecimiento es fundamental para poder ayudar a quienes están sufriendo por no poder sobrellevar o asumir el paso del tiempo.
Una cuestión fundamental es entender qué nos pasa a medida que envejecemos y sentimos que el cuerpo no responde a lo que nuestra mente dice, es decir, cuando nuestra edad mental nos impulsa a vivir de una manera que nuestra edad fisiológica no puede y eso lleva a un fuerte sentimiento de pérdida, son los «antes podía y ahora…»: antes aguantaba corriendo dos horas y ahora me canso antes, antes me sentaba bien todo lo que comía y ya no aguanto el picante, antes leía sin gafas y sin cansarme y ahora a los diez minutos tengo que dejarlo… Ese sentimiento de pérdida, si no se logra controlar y asumir como algo natural y se fomentan las cosas que sí se pueden hacer, puede ser el inicio de un abandono personal que conduzca a padecer una depresión.
También envejecer puede suponer los trastornos médicos crónicos o perder amigos y familiares y estas circunstancias pueden llegar a ser una carga emocional muy pesada. Otra situación complicada es el sentimiento de perder el control de la propia vida y no poder tomar de manera autónoma las propias decisiones, por problemas con la vista, pérdida de la audición u otros cambios físicos, por ver los recursos limitados o porque lo que antes se hacía cara a cara, ahora se hace electrónicamente y de depende de alguien para realizar cualquier trámite por desconocer cómo se hace.
Pueden también manifestarse miedos nuevos: miedo a un futuro que se considera incierto, miedo a estar enfermos, a volverse dependientes, a no tener a nadie que se ocupe de ellos o a ser una carga. Síntomas claros son la pérdida de interés por actividades que antes le gustaban; sentirse insatisfecho con lo que hace; pérdida de energía; preocupación excesiva por la salud; dificultad para concentrarse y tomar decisiones: cambios en la alimentación; alteraciones en el sueño y en los periodos de descanso.
Las opciones descritas suelen provocar emociones negativas como la tristeza, la ansiedad, la soledad y la baja autoestima, que a son la antesala del aislamiento social y el desinterés por lo que rodea.
En definitiva, las personas se pueden sentir más vulnerables y frágiles. Todos estos procesos son normales, los problemas aparecen cuando se enquistan y provocan sufrimiento.
Cuando se llega a este punto, la consecuencia más grave es la depresión crónica o la que se repite de manera recurrente. La primera, además puede complicar problemas de salud y con el empeoramiento provocar preocupaciones que a su vez alimentan la propia depresión. También se ha probado que el envejecimiento provoca cambios físicos que favorecen la aparición de episodios depresivos. Así, hay estudios que afirman que las bajas concentraciones de folato en la sangre y el sistema nervioso pueden contribuir a la depresión y al deterioro mental; también que la depresión en la vejez se relaciona con el alzhéimer.
Sea cual sea la causa, la depresión tiene efectos graves en la salud de las personas mayores, hasta el punto de que las personas mayores con depresión viven menos y con menor calidad de vida que los que no la tienen, pues se recuperan más lentos de las enfermedades. También aumenta la idea de suicidio, sobre todo entre quienes presentan dependencia o se ven solos sin opción de dejar de estarlo. Otro efecto negativo de la depresión es el descuido que provoca en el autocuidado y en la alimentación, que puede llevar a no realizar controles médicos, no tomar fármacos o descuidar la alimentación. También es preocupante el insomnio, la pérdida de memoria, la lentitud de reflejos y el descuido en tareas que exigen atención plena.
Ante esta situación, hay que plantearse que envejecer forma parte del proceso natural y que la depresión no tiene porqué condicionarlo. La empatía del entorno o del cuidador si se vive en una residencia para mayores o se recibe ayuda en casa, es fundamental para detectar la depresión y poner remedio, si hace falta, con ayuda psicológica profesional, pues el reconocimiento, el diagnóstico precoz y el tratamiento pueden prevenir y paliar las consecuencias emocionales y físicas
de esta enfermedad.
Cuando se sospecha que alguien mayor de nuestro entorno está pasando por un proceso depresivo o en riesgo de caer en él, podemos ayudarle siguiendo pautas de empatía y cuidado. Sabemos que hay limitaciones físicas, por lo que debemos animar a la persona mayor que consulte al médico de manera periódica o si va a realizar alguna actividad o cambiar su dieta. Debemos respetar su personalidad. Las personas mayores no suelen gustar de los grandes cambios, a veces ni siquiera de pequeños aunque sepan que les pueden beneficiar.
Debe conjugarse el respeto con la oferta de oportunidades de disfrute para intentar enriquecer su vida. La mano izquierda es una herramienta fundamental. Cuando se tiene la autoestima frágil, cualquier comentario, aunque sea para alaba, puede interpretarse como una prueba de lo mal que se está. También puede ofender que se quiera intervenir. Se deben usar estrategias positivas y, si es necesario, buscara asesoramiento profesional de un psicólogo para poder relacionarse mejor y de manera positiva.
La terapia a través de charlas ayuda a reducir los pensamientos distorsionados y a sentirse acompañado y en zonas de confianza.
Los profesionales pueden reconocer también si la depresión es un efectos secundario de algún medicamento y obrar en consecuencia y, por supuesto, si lo consideran conveniente, prescribirán las soluciones farmacológicas más adecuadas.
Reconocer y tratar de la depresión en la vejez hará que este periodo de la vida sea más placentero para la persona, su familia y para quienes le cuidan.
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