Feliz Navidad según con quién y cómo la pasemos. Navidad y Tercera Edad

Relacionado con la Navidad y Tercera Edad, En las últimas semanas se ha hecho viral el vídeo de un abuelo alemán que finge su propia muerte para poder de esta manera reunir a sus hijos. Son épocas en las que la carga sentimental de exacerba y todo tiende a ser emotivo e intenso: se sienten más las ausencias, aumenta la soledad de quienes no tienen familia, se siente amor por quienes antes te eran indiferentes… no en vano, las ONG doblan sus esfuerzos para la captación de socios en estas fechas y es cuando más cuestaciones se realizan.

Navidad y Tercera Edad

Una forma de evitar la soledad en Navidad

Igual debemos dar la vuelta a tanta sentimentalidad, ver otro punto de vista, desdramatizar y hacer que, de verdad, nos alegremos de estar con los nuestros y si no vamos a estar alegres, pues habrá que hacer otra cosa y todos tan contentos.

Los casos que relato a continuación son reales y cercanos y tiene como protagonistas a tres personas mayores que tengo la suerte de conocer.

Navidad y Tercera Edad

El primero es el de una familia de abuelos, padres y cinco hijos, algunos casados y con hijos a su vez. Durante el año las disputas son constantes, son una familia de discusión apasionada y de polémica continua. Año tras año se reúnen en casa de los abuelos a pasar la Nochebuena y la Navidad, celebraciones a las que se suelen unir algún concuñado o un suegro desparejado, que no se van a quedar solos en estas fiestas tan entrañables. La explicación es buena, es el único día en el que se ven todos juntos, entre otras cosas por uno no aguanta al cuñado de la hermana mayor, otro no soporta a los hijos del mediano… y mil historias a cada cual más pueril y conflictiva. El otro gran argumento es que los abuelos así lo quieren y por nada del mundo se les va a hacer un feo con lo que trabajan los pobrecillos adornando la casa para los nietos y cocinando auténticas montañas de comida.

Sin embargo, todas las Nochebuenas las discusiones empiezan ya en los aperitivos, duran hasta que los abuelos hartos les dejan a voces y se van a la misa de gallo y cuando vuelven, a veces, se los encuentran todavía a gritos. La comida de Navidad es siempre de caras largas y con prisas de marchar tras el café, no se vuelva a liar el asunto.

Tras una Nochebuena de platos voladores y Navidad de insultos, los abuelos deciden que se acabó, que darse la paliza a cocinar y recoger para que se arme un «Belén» les tiene más que hartos y a las fiestas del año siguiente deciden reservar la cena y la comida de Navidad en un restaurante de renombre, en el convencimiento de que sus hijos se comportarán en un sitio público de esas características.

No fue posible, se organizó una trifulca de tal calibre, que les acabaron por invitar amablemente a que se marcharan, evidentemente, les anularon la reserva del día siguiente.

Fue un maravilloso punto de no retorno. Desde entonces, cada hermano celebra Nochebuena y Navidad con quien y donde quiere y los abuelos están felices en su casa, cocinando para dos lo que les gusta y no para quince lo que detestan. Para felicitarse, pues se usa el teléfono y quien se quiere ver, se ve, y quien no, no pasa nada.

Está claro que no se puede forzar a ser feliz y estar a gusto.

El segundo caso verdadero es el de una maravillosa señora de setenta y cinco años que unos días antes de Navidad hace algunos años reunió a sus tres hijos. Viuda desde muy joven trabajó muy duro siempre en circunstancias económicas no muy favorables. La relación ha sido siempre estupenda, no hay problema y se quieren mucho, por eso los hijos no daban crédito a lo que les dice su madre: que aunque estaba fenomenal de salud y contenta en su casa, se marchaba a vivir a una residencia. Su decisión era firme. Quería entrar y salir, conservar su casa e ir cuando la visitaran los hijos, hacer sus actividades sociales que eran muchas… pero sin preocuparse de limpiezas, compras, intendencias, es decir, vivir como no había vivido nunca, siempre pensando en las obligaciones y en los demás y casi nunca en ella misma y, además, estar preparados, tanto ella como sus hijos, por si un día no se valía por sí misma.

Al acercarse la Navidad, los hijos y nietos plantearon ir a buscarla y llevarla con ellos. Esta abuela de carácter dulce y convicciones fuertes les dijo que ni hablar, que el horario lo marcaba ella, que había hecho nuevos y buenos amigos y tenía obligaciones con ellos como jugar la partida de la tarde o acudir a la parroquia. Así que ella les puso el horario, les dijo a la hora que la recogían, que cenaban juntos en casa, luego la llevaban a la iglesia, pues cantaba, y sigue cantando, en el coro de la misa de gallo y luego a la residencia. Al día siguiente, Navidad, que la recogieran a media mañana y después de comer, ya vería.

Este es el plan desde entonces del que todos disfrutan muchísimo. Estar con ella y sus hijos es maravilloso, es una hermosa relación de afecto sincero y de respeto.

Estas historias reales dan otra perspectiva. Es cierto que se notan las ausencias, es cierto que aumenta la nostalgia, es verdad que nos volvemos más solidarios, incluso más cursis. Pero no es menos cierto que también debemos pensar en la felicidad de seguir con los nuestros, celebrar que compartimos momentos con aquellos que se han ido, abrir nuestra casa sin remilgos ni falsedades a quien está cerca y si no lo está, pues ser valientes y disimularlo o ser valientes y decírselo.

Cada uno pasará las fiestas como desee, o pueda, pero nunca olvidemos pedir la opinión de nuestros mayores y respetemos sus deseos, que digan de manera sincera que es aquello que más les reconforta en fechas que pueden ser pare ello especialmente difíciles, que celebren ellos también la Navidad de la forma que les haga mas felices.

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