El día que Esteban encontró su Libertad
- Publicado por Josep de Martí
- Posted on marzo 17, 2017
- Envejecimiento, residencias
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Desde Buenos Aires, Leandro Pavón nos regala un bonito relato gerontológico que contiene un giro que será vivido de forma muy diferente según las expectativas de cada uno. Al final una pregunta.
El reloj persistía con su ritmo eterno ahí colgado en la pared sobre un papel tapiz que conoció días mejores, ignorante pese a su ocasional campaneo de la existencia de otro tiempo…a veces más veloz, otras más sutil e imperecedero.
Afuera era posible adivinar la imagen, con el mismo árbol con las mismas hojas caídas, y adentro antiquísimos porta retratos, testigos de encuentros del pasado con gente que ya no estaba, y cuya ausencia hacía doler aún más que su presencia pasada.
De pronto, de entre medio de la penumbra se encontró con los ojos de Joao, esos ojos felinos que de tan penetrantes acababan por adquirir una sabiduría milenaria que todo lo comprendía…o al menos esa era la facultad que les otorgaba Esteban, cansado de los recuerdos, de los mismos sonidos…; Su problema no era quedarse en la cama, él se levantaba pronto porque allí lo invadían los fantasmas de lo que pudo haberse hecho y no se hizo, de lo que pudo haberse dicho y no se dijo, no…su problema era otro, pero un sonido lo extrajo de sus meditaciones, no muy distintas a las de todos los días, era la pava con agua para el mate que había hervido porque claro, si él no iba a apagar el fuego nadie lo haría, ni siquiera Joao, que sin embargo le transmitió con los ojos su plan. Un plan para que nunca más estuviera solo. Él como gato sabía lo que era pasar hambre y sed, la boca se hincha y cuesta respirar, un dolor que es insignificante comparado con el de la soledad. Joao le giñó un ojo a Esteban. Pergeñado el plan, sólo hacía falta llevarlo a cabo.
Con el ejemplo aún fresco de amigos confinados al exilio, primero físico entre las paredes de sus casas o departamentos, y espiritual entre el mutismo telefónico y el timbre de la casa…fue sencillo reconocer los síntomas. Pero algo dentro de él se revelaba, pugnando por salir.
El cuadro clínico indicaba deshidratación y desnutrición, sin embargo el cuadro que había pintado Esteban era muy otro, una habitación en el tercer piso del Hospital Español, donde apretando un botón acudía un enfermero siempre amable con quien conversar. En cuanto se repuso pudo salir al patio y conversar con otra gente, de a poco las funciones físicas fueron pasando a segundo plano, lo que importaba era la calidez humana, se respiraba vitalidad, energía por los pasillos, y para su sorpresa había otros con quienes poder conversar, no solamente de enfermedades o remedios, temas de los cuales escapaba, abordándolos sólo con cuentagotas como un mal necesario, cuando no quedaba otra. Él hablaba de arte, de cine, de literatura y de música, y así sin darse cuenta, como de verdad ocurren los cambios significativos, pasó de la palabra o el pensamiento al hecho, a diferencia de lo que indicaban los acontecimientos en su vida pasada, y se inscribió en talleres donde aprendió cosas nuevas, y descubrió que otras tantas las hacía de forma intuitiva. A Esteban siempre le había gustado el canto, pero primero por trabajo, y luego debido la crianza de sus hijos, nunca se había brindado el tiempo suficiente para dedicarse a él mismo y dar rienda suelta sus inquietudes personales. Así hizo progresos en ese campo, alcanzando un registro de canto que iba desde Frank Sinatra hasta el tenor Mario Lanza, teniendo por público a alguien más que Joao, el único a quien echaba de menos.
Conforme pasaban los días y las semanas Esteban mejoraba pero ante cada visita de un médico exageraba los síntomas para poder quedarse, aprovechando que a menudo cambiaban de profesional, y con coherencia y continuidad en el relato de las supuestas dolencias. Así transcurrieron cien días sin que el alta llegase y su situación no se modificaba. El plan había funcionado a la perfección.
Pero toda teoría se desbarata en la práctica, así como todo plan se desvirtúa y modifica al ser llevado a cabo en la realidad…y si ésta máxima se aplica a estadistas, políticos, militares y economistas, también fue válida para Esteban, ya que surgieron consecuencias no previstas de antemano. Su comportamiento se empezó a modificar, como veía gente a diario sintió la necesidad de cuidar su aspecto, elegir mejor la ropa que vestía, de afeitarse y peinarse por las mañanas, y descubrió que las cosas que empezó haciendo por los demás, terminó luego haciéndolas por él mismo.
Participando en el coro fue que conoció a Libertad, otra interna cuya edad rondaría los 79 años, pero eso sólo se notaba si se leía su libreta cívica, porque en su cara albergaba la secreta esperanza de seguir amando como lo había hecho toda su vida, de compartir todo lo que aún sentía que tenía para dar. Y con Esteban compartieron discusiones, ya que a ambos les apasionaba el tango, pero a él le gustaba Piazzolla, y para Libertad eso no era tango, ya que le gustaba más el baile y las orquestas típicas de las cuales aún abundan por Buenos Aires. Así fue que discutiendo algunas veces, y otras encontrando gustos en común, redescubrieron el placer de conocer a alguien nuevo y del mismo modo reencontrarse con facetas de uno mismo olvidadas y puestas en un cajón del escritorio.
Libertad también tenía sus estigmas que sobrellevaba con el uso excesivo de medicamentos, calmantes que si bien se inician con el objeto de callar el dolor terminan por callar la voz interna que nos define. Esteban empezó a pasar más y más tiempo con Libertad, se sorprendió sintiendo cosas que jamás pensó que volviera a sentir, así como otras que directamente no había experimentado nunca, como el placer por compartir con la otra persona, la satisfacción de ver un momento de felicidad en el rostro que esta frente nuestro y sentirse así partícipe de ese suceso. Una vez que conocieron mejor sus vidas pudieron comenzar otra nueva juntos, ella también mejoró su aspecto y actitud con los otros tanto como dejó de depender de algunos medicamentos, y fue así como un día sorprendieron a todos al pedir autorización al director del centro geriátrico para contraer matrimonio, ante lo cual surgieron muchos contratiempos, administrativos y también los propios prejuicios del personal del instituto. El director, consternado y confundido trató de disuadirlos, cuando no pudo consultó a sus autoridades las cuales fueron más permisivas y lo “autorizaron” a oficiar una ceremonia que sería inocua desde el punto de vista legal, pero suficientemente convincente para satisfacer el deseo que los internos tan respetuosamente habían solicitado. Con respecto al personal…tuvieron que acostumbrarse a los cambios para los cuales no los habían preparado en la universidad. Pero Esteban y Libertad se habían ganado el afecto de todos, sorteando los imprevistos con altura, especialmente ante quienes no concebían la sexualidad como propia de la vejez. El coro participó en la ceremonia, y si alguna autoridad se atrevía a cuestionar tamaña irregularidad él respondía: “Casarse es para toda la vida, y si eso es irregular en nuestro caso la contravención no durará mucho.” Y dejaban mudos a sus detractores, mientras Libertad reía.
La historia de Esteban y Libertad lejos de perjudicar el nombre del instituto contribuyó a cimentar su fama de revolucionario en técnicas gerontológicas, enseñando la lección de que a veces salirse de las reglas nos recuerda el origen olvidado de toda institución: el bien de las personas. Porque hasta terminaron compartiendo una habitación como todo matrimonio que se precie.
De pronto el lugar era menos frío, menos impersonal, era su casa y sus compañeros sus amigos. Una planta propia para regar y de la cual hacerse cargo todos los días, y que cuando menos lo esperaban les regalaba una flor…sólo faltaba un animalito, lucha en la cual Esteban no pudo embarcarse para que se lo dejaran tener porque falleció antes.
Libertad supo que hay dolores a los cuales uno no se acostumbra nunca, la repetición no los hace menos profundos, como podría uno pensar. “Pero una no es la misma”, pensó, y es que cada cosa que nos sucede, cada persona con la que tenemos contacto nos modifica, enriquece nuestro mundo, aportándonos su visión. Y si bien seguía sin gustarle Piazzolla, Esteban estaría con ella para siempre con sus palabras y su voz…resonando en su cabeza y eso la hacía feliz.
Joao se despertó tras dormir la siesta bajo una parra. Los días de bonanza habían terminado, no más comida caliente, debía buscar su alimento y eso despertó sus sentidos otra vez, sabía que si Esteban no había vuelto era que el plan se había cumplido, y ésa sensación le recordó a algo que los humanos llaman felicidad.
La pregunta: ¿Que os parecen las reacciones ante la boda?
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