Covid-19 ¿Pueden obligarnos a que nos pongamos la vacuna?

¿Puede ser obligatorio el vacunarse? Esta pregunta sólo puede tener sentido en la medida en que la pandemia que estamos viviendo tiene de pandemia poco más que el nombre.  Es cierto que, de los 7.600 millones de humanos, 79 se han contagiado, o sea uno de cada cien, y 1,7 millones han fallecido, o sea uno de cada cuatro mil quinientos.  Es algo terrible, especialmente para quienes han vivido de cerca la enfermedad y quienes se han visto afectados económicamente pero, en términos históricos la cosa cambia.

Si nos vamos cien años atrás encontraríamos un mundo con 1.850 millones de habitantes y una verdadera pandemia que fue injustamente conocida como “Gripe Española”. Contagió a 800 millones (casi uno de cada dos habitantes) y mató a 40 millones, o sea a uno de cada 46 habitantes.  Eso

La gripe de 1918 | Mirada sobre la Historia

según las estimaciones más bajas.

El hecho de que nos preguntemos si los poderes públicos pueden obligarnos a ponernos una vacuna quiere decir que no creemos demasiado en su eficacia y, sobre todo, que la enfermedad no nos da el suficiente miedo.

Creo que la pandemia de Covid-19 tiene mucho de siglo XXI debido a que para una parte muy importante de la sociedad es algo que se ha visto en los medios de comunicación y redes sociales más que en carne propia.  Si a nuestros bisabuelos durante la gripe o a nuestros antepasados durante la peste negra alguien les hubiese ofrecido una vacuna, aunque ésta sólo hubiese dado una pequeña posibilidad de disminuir el contagio, hubiesen hecho cola para ponérsela.  En las grandes pandemias la muerte se acerca a todos sin distinguir entre ricos y pobres; viejos y niños.  Los muertos se acumulan y la muerte forma parte del día a día.   La sensación de desesperación se generaliza y la gente se aferra a cualquier remedio que se plantee, sea éste ofrecido por la religión, la superstición o la ciencia. 

No veo ese nivel de preocupación en España hoy, quitando a quien ha vivido personalmente o en su familia la enfermedad, al personal sanitario, a quienes trabajan en residencias y a unos pocos más.   Preocupa en general cuántas personas podremos vernos durante estas fiestas o los horarios de tiendas y restaurantes según las últimas órdenes administrativas cuando durante las grandes pandemias el problema era que el miedo al contagio paralizaba la actividad económica sin necesidad de que nadie diera órdenes limitativas.  En algunas epidemias acabó muriendo más gente por la hambruna ocasionada por la no recolección de las cosechas que por la propia enfermedad.

Nadie ofreció vacunas a nuestros afligidos antepasados.

Si echamos otra vista atrás vemos algo interesante.  En lo que hoy es Turquía, desde hacía siglos se practicaba una especie de vacunación contra la viruela tomando una pequeña cantidad de pus de los granos causados por la enfermedad y poniéndola en una pequeña herida hecha en la piel de alguien sano.  Vieron que haciéndolo así, quien recibía el pus desarrollaba una versión suave de la enfermedad y nunca volvía a contagiarse.  La mujer del embajador británico Lady Mary Wortley Montagu, observó la práctica en 1717 y decidió llevarla a cabo en sus hijos que, efectivamente, quedaron inmunizados.  De vuelta en Inglaterra, las autoridades decidieron probar el tratamiento en un grupo de condenados a muerte que también se inmunizaron y en pocos años incluso lo hicieron miembros de la familia real.  Pocos años después Edward Jenner descubrió que no hacía falta contagiar con viruela para obtener la inmunidad y que se podía conseguir el mismo resultado con una versión de la enfermedad que afectaba a las vacas, así nació la primera vacunación. Menos de un siglo después, en 1853 en Inglaterra y Gales una Ley estableció la vacunación obligatoria contra la viruela.  En Estados Unidos, el Tribunal Supremo reconoció la legalidad de las leyes que establecían la obligatoriedad de vacunarse en 1905. Catorce años después fue la Unión Soviética, recién creada, la que estableció la vacunación obligatoria.  En España fue durante el franquismo, con la Ley de Bases de la Sanidad de 1944 que la obligatoriedad de vacunarse contra viruela y difteria tomó realidad.  O sea, que esto de poder obligar a un ciudadano a vacunarse anteponiendo el interés general a la voluntad individual es algo que comparten los regímenes democráticos con los autoritarios desde hace muchos años, lo que me hace pensar que debe tener cierta base.

Aunque el “antivacunacionismo” existió en diferentes lugares, llegando a ocasionar revueltas en Brasil a principios del siglo XX, casi siempre ha sido algo residual o con intencionalidades políticas.  

Y volvemos a la actualidad. Las vacunas son, sin duda, una parte importante de la solución al problema, pero para que tengan efecto hace falta que un porcentaje elevado de personas se las ponga. Quizás me he asustado con lo que he leído en los medios, pero creo que, además de convencer, en una situación de emergencia hay que tomar medidas. El gobierno tendría tan fácil establecer la vacunación obligatoria, con excepciones por motivos de salud y seguridad, como pedir al parlamento que aprobase una Ley para la que creo podría obtener un amplio consenso.

Mientras no lo haga pueden existir métodos más sutiles para que el interés general se imponga, como la existencia de un “carnet de vacunación” necesario para hacer cosas como entrar en una residencia de personas mayores (como residente, empleado o visitante), trabajar en servicios sanitarios o poner, a uno mismo o a otros, en situación de riesgo (entrar en un autobús, tren, avión, cine, restaurante…).

A nuestros antepasados durante la Peste Antonina que mató al 10% de la población del imperio romano, o la Gran Peste de Marsella, que acabó con el 25% de la población de la Provenza, no habrían hecho falta convencerles u obligarse para que se vacunasen. Veían el peligro.

Ahora que la muerte es algo que todavía muchos ven sentados en el sofá pudiéndose permitir dudar sobre la gravedad de la situación, deberíamos esforzarnos en los dos campos, convencer a los conspiranóicos y escépticos en general y establecer la vacunación obligatoria en aquellos ámbitos de la sociedad especialmente susceptibles a sufrir o contagiar la enfermedad.

Es lo que creo, por supuesto, lo publico para que la gente opine.

Josep de Martí

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