Longevidad y la lucidez unidas. La escritura como clave

Hablamos de longevidad, lucidez y escritura.

De vez en cuando salen reportajes de personas longevas que acumulan gran experiencia y a la vez conservan las ganas, la ilusión y el deseo de saber. Suelen ser reputados científicos, artistas plásticos o del teatro, literatos, activistas sociales y muchos músicos que, con edades ciertamente avanzadas, proporcionan al mundo grandes obras artísticas y logros científicos o sociales.

Lo cierto es que la esperanza de vida es cada vez más alta, y ya no es noticia llegar a centenario, la noticia ahora es que cada vez, de forma lenta pero imparable, hay más personas centenarias, tanto es sus casas como en residencias geriátricas.

Sabemos que influyen factores genéticos y ambientales, pero hay otros que contribuyen a que la tercera edad sea una época de creación, con el atrevimiento que da la experiencia y sin las ataduras sociales u obligaciones familiares que marcan determinadas etapas vitales. Uno fundamental es mantener el cerebro activo realizando cosas creativas y satisfactorias.

En otras ocasiones hablaremos de luchadores sociales, científicos, músicos, pintores o actores. Hoy nos centraremos en los escritores.

La creación literaria es una de las artes en la que, por fortuna para lectores, podemos disfrutar de grandes obras de veteranos que no dejan de publicar y de asombrarnos con su talento y creatividad. También nos ayudan y dan claves sobre maneras de enfocar la vida con proyectos, cierta distancia y bastante sentido del humor y saber estar.

Vamos a acercarnos a unos pocos:

El poeta leonés, Victoriano Cremer, publicó su última columna periodística el día antes de fallecer, con 102 años.

La creatividad en la edad avanzada

Ejemplo de longevo creativo Francisco Ayala

Francisco Ayala (1906-2009), después de una dura vida de exilio y avatares, nunca dejó de escribir con gran perspicacia e inteligencia grandes obras de narrativa. Con gran humor, decía que el secreto de su salud era que a media tarde comía una manzana y se bebía un whisky (esto último confesó que lo decía para que la gente se sorprendiera).

Pepín Bello (1904-2008) tuvo de profesión ser el mejor amigo de la generación de artistas más brillante del siglo XX, la del 27. Su gran secreto era su bonhomía y socarronería que le hacían escribir mucho, publicar poco y no levantarse nunca antes de las doce del mediodía.

Y tenemos con nosotros, para nuestra fortuna y, como no, la suya, a veteranos escritores, como el gran Nicanor Parra, poeta chileno creador de la antipoesía que nacido en 1914 sigue escribiendo, Juan Marsé, con 82 años y con la escritura cada vez más fresca y deslumbrante, José Manuel Caballero Bonald, nacido en 1926 y con un libro recién publicado o la brillante escritora mexicana de 83 intensos y juveniles años Elena Poniatowska.

Con estos ejemplos se trata de ilustrar que el ejercicio intelectual es una clave para el envejecimiento sano y activo. Si factores genéticos, ambientales y de salud no son un impedimento insalvable, podemos hacer mucho para tener una tercera edad productiva y creativa.

No tendremos el talento de estos ilustres longevos, pero sí una vida larga llena de acontecimientos dignos de recordar. No es casualidad que a los talleres de creación literaria y las escuelas de escritores se apunten personas jubiladas que ejercitan el pensamiento y encuentran un gran placer en la escritura. También es notable el aumento de tertulias y clubes de lectura tanto en centros culturales como en residencias de mayores, con gran participación de mujeres, que alimentan el espíritu y fomentan relaciones sociales enriquecedoras.

Nunca es tarde para contar historias. Talleres y escuelas ayudan y desde el lápiz a la tableta, todo vale y son facilidades. No desechemos nuestras experiencias, toda historia es interesante, la clave está en cómo se cuenta y eso, lo podemos aprender a cualquier edad.

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