Una anciana triste

Continuamos difundiendo fragmentos del libro «Sentimientos y Arrugas» de Mariana Veronica Gaianu.  Quien en pequeños relatos nos transmite sus experiencias trabajando como auxiliar de enfermería en residencias geriátricas.  En esta ocasión la historia sobre una anciana triste  que nos muestra a una mujer mayor dolorida y cansada que reside en una residencia para tercera edad.  Quizás lo destacable del relato es el apoyo que puede recibir una persona con un estado de ánimo tan decaído por parte de la gerocultora y cómo las organizaciones pueden seguir aprendiendo.

Os recordamos que podéis adquirir el libro contactando con la autora.

Los comentarios están abiertos por si queréis participar.

Os dejamos con:

Estefanía

Me asomé a su habitación y dije con voz suave:

—Buenas noches. ¿Te he despertado?

— ¿Despertado? ¡Qué va! Estaba distraída pensando…

A nadie le interesa si duermo o no.

—Pues llevaba un buen rato llamando a la puerta y no me oías —. Me examinó con una mirada pensativa y ausente, fingiendo no comprender lo que le decía. Estaba cómodamente acostada en su cama. Le dejé un vaso de leche y la pastilla—. Querida, ten un poco más de fe —le dije—. Tienes muy mal aspecto, relájate, duerme y descansa mucho. Mañana te parecerá mucho más prometedor.

— Buenas noches. Vendré mañana a despertarte.

Tendida en su cama, comenzó a recordar su pasado; se asustó y rompió a llorar. Se sentía tan triste…

—Necesito dormir un poco —se dijo. Sentía la necesidad de descanso, pero no conseguía conciliar el sueño. Esos momentos de quietud la conducían a a la reflexión. Eran las dos y media… las tres menos cuarto… las tres… las tres y cinco… las tres y diez… Y entonces el tiempo se detuvo, se inmovilizó totalmente… Se acostó tarde, pero el sueño parecía tan alejado de ella como la salud, la juventud y la fuerza… Al final, se quedó dormida.

Por la mañana, entré en la habitación de Estefanía.

Estaba tendida en su cama, tratando pensar. Se incorporó apoyándose en el codo. No pude evitar fruncir el ceño al verla tan frágil. Su cuerpo, en otro tiempo robusto, estaba reducido a menos de cuarenta y cinco kilos. La tos era tan constante que formaba parte de su monotonía, por lo que no le preocupaba demasiado.  Tenía la piel amarillenta y, cuando hablaba, se interrumpía para pasar un pañuelo por su frente. Aquella abuelita exteriorizaba un claro matiz de amargura en su mirada.

—Háblame, te escucho. Esto te hará bien—le dije.

Intentaba hablarme utilizando sus palabras y gesticulando con sus laxas y callosas manos de lánguida falanges. En otro tiempo, habría tenido unas manos muy bonitas, pero ahora quedaba muy poco de ellas.

Aquellas manos realizaban movimientos que sólo ella podía hacer. Quería compartir con ella mi optimismo y convertir cualquier recuerdo doloroso en pequeño e insignificante; hacerle creer que, después de una tormenta, siempre sale el sol. Pero ella ya se había llevado demasiadas decepciones.

—Tu sonrisa es como la luz del sol después de la lluvia —dijo en tono desenfadado.

—Gracias —dije—. Tu hija es muy afortunada por tener una madre tan especial como tú.

—¡Oh! Duele ver como mis hijos se van apartando de mí— respondió.

Su voz nunca dejaba de ser amable y alegre, pero ahora sí, en sus ojos había tristeza, mucha tristeza.

—De vez en cuando, sueño despierta que llegan mis hijos y vuelvo a casa.

Cuando se levantó, intentó dirigirse hacia el pasillo que daba al jardín. Me miró y dijo:

—Siento que las piernas se me han convertido en piedras. Caminemos juntas hacia el jardín —yo tenía la vista perdida en el horizonte, Estefanía, en cambio andaba con la mirada baja—. Qué difícil es aclarar los enredos de la vida —le tomé el brazo para facilitarle la marcha. Sus piernas hinchadas ya no le sostenían durante los largos paseos que la fisioterapeuta le obligaba realizar diariamente. Antes, casi siempre, se mostraba tan alegre… Ahora, casi nunca.

—La verdad es que últimamente me pongo triste, me doy cuenta de que estoy demasiado sola.

—No estás sola, nos tienes a nosotros.

—Mi vida es aburrida, aburridísima —dijo Estefanía con gesto malhumorado y, cabizbaja, se dirigió hasta el banco. Se sentía tan frágil como una florecilla mecida por el viento. Sin embargo, ese sentimiento que se enquistaba en su corazón, parecía tener una pequeña base real. Se refugiaba en un llanto breve  que otorgaba una extraña solemnidad a su rostro.

Nota para la reflexión:

– ¿Podemos evitar que algunas personas mayores estén tristes en la residencia geriátrica en la que viven?

– ¿Detectas en el relato algún detalle que permitiese una mejora en la residencia?

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3 respuestas hasta ahora

  1. Me parecen de gran interés estos relatos. Ponen en evidencia el importante papel que pueden tener las gerocultoras y otros profesionales en las residencias para favorecer la buena vida de las personas que viven en ellas. Por eso es tan necesaria su formación para reforzar actitudes y aptitudes para la buena comunicación verbal y no verbal, la técnica de escucha activa, la práctica de la empatía…
    En la conversación que se muestra en este relato echo en falta, por ejemplo, que se nombre a Estefanía por su nombre. Y esto no se hace ni una sola vez. También destacaría cómo Estefanía muestra lo peor de la residencia (aparte de la lejanía con sus hijos), que es el aburrimiento. ¿Por qué no se evita esto? La lucha contra el aburrimiento es una de las líneas preferentes de la Alternativa Edén, por ejemplo.
    Todo ello, nos invita a reflexionar sobre la importancia de aplicar el modelo de atención integral y centrada en las personas (AICP)

  2. Encarna Gerocultora dice:

    Trabajo de gerocultora desde hace años y la historia es lo que pasa muchas veces, somos nosotras las que apoyamos a los residentes. Muchos mayores están tristes pero aguantan por nosotras.

  3. Mariana Veronica Gaianu dice:

    Apreciada Pilar, gracias por leerme es para mí un honor. Si tienes razón, hay que mejorar en muchos sentidos. El papel que tenemos las cuidadoras es muy importante y no siempre ha sido reconocido o valorado. Aunque mi experiencia particular es distinta, siempre me he sentido valorada y apreciada soy muy afortunada. He trabajado y trabajo con personas con una gran calidad humana. Hace poco la dirección nos envió a unas cuantas cuidadoras para estudiar las técnicas de ESTIMULACION BASAL algo muy bonito y muy necesario en los pacientes de alta dependencia. Comento esto porque es una nueva filosofía de cuidar, pienso que todas las cuidadoras tendrían que recibir estos cursos. Y sí, quiero aprender más…quiero cuidar como me gustaría que me cuiden.
    Mis mejores deseos Mariana Verónica